Empezaré entonces por su
etimología. Este sustantivo se compone de dos partes de origen latino: meta (trasladar, mover hacia, más allá)
y fora (del verbo fero, que significa llevar). Resultado: llevar o
trasladar más allá. De ahí que sea definida como “entender y experimentar
un tipo de cosa en términos de otra” (Lakoff, (1980)). En otras palabras,
diríamos que se trata de expresiones que se utilizan para decir algo que
usualmente no dicen.
En primer lugar, para erradicar
esa idea de que la metáfora es una forma más bella de decir algo, partiré de
una metáfora cotidiana, cuya finalidad no es meramente estética. Veamos.
Estamos en una reunión y
escuchamos que “ a Fulano le falta un tornillo”. Si no conociéramos toda la
impronta cultural y connotativa que envuelve a una lengua sucedería que la
interpretaríamos en su sentido literal o denotativo: A Fulano le falta un
tornillo (y debe ir a comprar más para terminar de amurar una madera). Quizás
así la interpretaría un extranjero o un niño pequeño.
Sin embargo, sabiendo que Fulano
no está en sus cabales, no lo dudaremos: entenderemos la expresión “ a Fulano
le falta un tornillo” en su sentido metafórico de “estar loco, ser irracional,
etc,”. Parece obvio. ¿Pero cómo se llega a la metáfora?
Para que exista una
metáfora debemos hacer (o bien hacemos inconscientemente en este caso) dos
operaciones: comparamos dos elementos y luego sustituimos uno por otro. Eso es,
comparación y sustitución. Graficaré la cuestión hasta aquí:
Resultado
metafórico
|
Origen
literal
|
A Fulano le falta un tornillo
|
A Fulano le falta la razón (es irracional, loco)
|
Tornillos se compara con razón
o raciocinio. De hecho, un tornillo permite la articulación de las
partes y permitir el funcionamiento
adecuado de un objeto. Y, por su parte, la razón permite la articulación
comprensible de las ideas, si se quiere.
Después que encontramos los
elementos de la comparación, se lleva a cabo la segunda operación: la
sustitución.
De esta forma, como tornillo es similar a raciocinio, se traslada la palabra tornillo al lugar que ocupaba raciocinio y ahí tenemos la metáfora; A
Fulano le falta un tornillo (en lugar de raciocinio). Este último término fue
desplazado y ya no se menciona. En la metáfora, la comparación inicial queda
implícita.
Muchas veces me pregunté por qué
esa necesidad de la metáfora en la vida cotidiana. Y quizás es simple: el ser
humano necesita referirse al mundo de distinta manera, hablar de algo en términos
de otra cosa, y generalmente es para ilustrar realidades más complejas o
abstractas a partir de un campo concreto y conocido. He escuchado, por ejemplo,
hablar de los ingredientes que tiene una película o de la manera en que se
“cocinó” el libreto. Y es cierto: explicar algo (en este caso las
características de un nuevo film) en términos culinarios, lo hace más
ilustrativo, comprensible y atractivo.
Pero veamos ahora un ejemplo de
la metáfora en poesía*, un poema de Góngora (siglo SVII) que se refiere a la caverna como
“formidable bostezo de la tierra”. Aquí la caverna
se compara con un bostezo y
encontramos varios rasgos compartidos entre ellos (redondez, humedad,
profundidad, oquedad, oscuridad). Sin embargo, no es una mera comparación sino
una metáfora porque el término referido
caverna desaparece luego de la sustitución por bostezo.
Hay algo interesante en la
confección de una metáfora estilística y es como dice Alma Maritano (1), se
trata de “des-realizar el objeto”.
Des-realizar un objeto significa producir en el lector un efecto estético en la medida en que
ni la caverna ni el bostezo serán percibidos ya en su apariencia original y
convencional.
Es posible que la comparación
tácita entre caverna y bostezo hoy les resulte obvia. Esta
impresión tiene una explicación:cuanto más elementos de semejanza tienen en
común los elementos comparados, más obvia es la metáfora. (Yo había mencionado
cinco y podríamos agregar otros). Sin embargo, nadie le objetaría falta de
creatividad al mismísimo Góngora, ya que esa metáfora fue elaborada hace nada
más ni nada menos que hace 400 años. A quien no se lo perdonaríamos (no le perdonamos) de ningún modo es a Ricardo
Arjona.
Entonces, volvamos a lo nuestro. La
metáfora literaria contemporánea o
actual se diferencia de la metáfora clásica (como la de Góngora) en que los
elementos de la comparación tienen quizás sólo un rasgo de comparación, lo cual
los sitúa muy alejados entre sí.
Para graficar esto último, voy a
hacer referencia a un muy claro ejemplo que leí una vez en Maite Alvarado, que
hace mención al extraordinario Federico García Lorca. Ella cita una metáfora del Romance de la Pena Nueva, que dice así: “ Yunques ahumados sus pechos/ gimen canciones
redondas” . Algo podemos anticipar:
pechos se está comparando con yunques.
Hasta ahí todo bien pero, ¿qué dato real tenemos en común de ambos conceptos?
Seguramente un único rasgo: la dureza. Sólo uno. Y esto sucede porque esos
elementos están bien alejados o son disímiles, lo cual permite que siendo así,
la metáfora sea por demás sugerente y original.
Es tan extraordinario Lorca en la
originalidad de esta metáfora que al introducir luego el verbo “gemir”, también
deja tácita una comparación: suena el yunque al ser golpeado por el martillo
como suena el pecho golpeado por el dolor. Y hay más: Esos pechos, secos como
yunques, contienen, latentes, canciones de cuna. Estas son si se quiere
esencialmente redondas, por eso queda tan oportuno el adjetivo allí.
Y a la luz de esta formidable
metáfora lorquiana debo agregar un concepto que está muy ligado a estas
maravillosas metáforas; el de condensación. Condensar es buscar el
mayor efecto expresivo con el menor número de palabras. Buscar un adjetivo
oportuno, un verbo insólito, etc. En otras palabras, hay que evitar el lugar
común, lo obvio, lo superficial, lo arjónico. Divino desafío si los hay.
*Alma Maritano “Taller de Escritura.
Colihue. Buenos Aires, 1994
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